El cristianismo.

Los rebeldes del Imperio Romano.

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     «Parte esencial de la Historia del Imperio Romano es, sin duda, el análisis justo y racional del avance y establecimiento del cristianismo». -Edward Gibbon-.

   La Historia del cristianismo y la Historia del Imperio Romano están ligados desde el principio. A lo largo de tres siglos (I-III), mientras Roma era la mayor civilización y potencia militar del mundo conocido, el cristianismo, desde la clandestinidad no dejaba de progresar y de despertar simpatías: desde Hispania hasta Oriente y desde Asia hasta Britania. Otras doctrinas quedaron ancladas en sus territorios de origen, o incluso, desaparecieron. Mientras en el judaísmo, con más de 4000 años de antigüedad, todo eran templos, normas, leyes y preceptos, y en Roma, los dioses, que habían sido usurpados de la civilización griega, eran venerados más por lo material que por lo divino: Dios del mar, Dios de la guerra, Diosa del amor, Dios de la muerte, Dios del vino…, el cristianismo irrumpió como algo novedoso, era una forma de entender la vida, una filosofía; y eso que sus propagandistas, los encargados de proclamar los cuatro Evangelios, no eran filósofos, eran gentes de las clases más sencillas y en muchos casos analfabetos.

  Entonces ¿por qué los poderosos romanos sentían una visceral animadversión hacia los seguidores del Nazareno?. Los cristianos odiaban las armas y predicaban la concordia, ni tan siquiera se oponían a las leyes romanas: «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César»; pero había cosas que los orgullosos romanos no toleraban: su excesiva humildad, a veces, rayando la arrogancia. La firme creencia en la inmortalidad, en un Paraíso reservado para sus seguidores y un infierno para los paganos; una moral austera renunciando a los placeres mundanos, estar prestos para el martirio sin pedir clemencia. Todo esto molestaba a una ciudadanía romana que se había forjado en el politeísmo, no admitían una única divinidad que estuviera por encima de sus dioses; en las altas esferas del poder desconfiaban, las ideas son más peligrosas que los actos.

  «De hecho, los romanos juzgaban a los primeros cristianos de manera muy similar a como la mayoría de los norteamericanos de hoy juzgan a los comunistas». -Isaac Asimov-.

   La ontología cristiana hizo su aparición pocos años después de la muerte de Jesús el Galileo, en tiempos del Emperador Tiberio. El primer Emperador que hostigó a los cristianos fue Nerón, el último de los Julio-Claudios: en julio de 64 se produjo un incendio, posiblemente fortuito por el exorbitante calor del verano; excusa que aprovechó el demente Nerón para castigar, con martirios y ejecuciones, a los incipientes adeptos del Nazareno. A partir del reinado de Nerón todos los emperadores del Alto Imperio, salvo excepciones, tuvieron a los cristianos en el punto de mira. El déspota Domiciano se cebó de forma despiadada contra los cristianos proclamando edictos en los que les prohibía todo tipo de culto y reuniones, la persecución fue brutal; extraño comportamiento el de éste Flavio, hijo de Vespasiano y hermano de Tito (dos emperadores respetados por el Senado y admirados por el Pueblo), que antes de llegar al poder había dado muestras de cierta magnanimidad. «Los Antoninos», la gloriosa dinastía Ulpio-Aelia, tampoco estuvieron al margen de la persecución contra los devotos de Jesús: Trajano sentía gran recelo por los cristianos, fue debido, quizá, a la influencia de su madre Marcia, su esposa Plotina y su hermana Marciana, mujeres que simpatizaban con estas creencias,  el hecho de que el acoso a los creyentes fuera bastante tibio. Cierto es, que durante la época de los Ulpio-Aelios hubo dos soberanos bastante benevolentes: Adriano y Antonino Pio; el filósofo Marco Aurelio tampoco vio nunca con buenos ojos a los cristianos, pero no los incordió en demasía. El enajenado Cómodo también fue un elemento cruel, aunque éste, fue atroz con cristianos, judíos, ciudadanos, esclavos, y hasta con su propia familia.

Persecución a los cristianos. (Henryk Siemiradzki)

Persecución a los cristianos. (Henryk Siemiradzki).

   En el siglo III, exceptuando al joven Alejandro Severo, el postrero de la Dinastía Severa, que llegó a divinizar a Jesús como un dios más del Imperio, todos tuvieron un comportamiento bastante aciago, llevándose la palma los emperadores MaximinoDecio Trajano y Valeriano.
La batida más masiva e inhumana se produjo en todo el Imperio a principios del siglo IV, sobre todo en Oriente, siendo Augusto Diocleciano y César, Galerio; sólo la prefectura de Occidente, Galia y Britania, administradas por el César Constancio Cloro, se salvaron de la masacre. Hasta cuatro edictos, a cual más sangrante, se llegaron a promulgar contra los partidarios de Cristo entre 303 y 304; no hay cifras concretas de cuantos fueron los cristianos exterminados, pero es probable que rondara los 100.000.

  En el año 308 se celebró en Panonia la Conferencia de Carnuntum entre Galerio, Maximiano y Diocleciano, en la que se acordó cesar la persecución a los cristianos; resolución que quedó en agua de borrajas, no fue respetada por ninguno de los príncipes del Imperio. En 313, en Mediolanum, hubo una nueva convención, en este caso, entre los emperadores de Oriente y Occidente, Licinio y Constantino: el Edicto de Milán, en él se disponía la libertad de culto y religión en todo el Imperio. En la zona occidental, con un Constantino simpatizante de los cristianos, la ley fue acatada, no así en el Este, donde Licinio continuó con el acoso. Muerto Licinio, en 324, la libertad de culto de los cristianos, tres siglos después de su brote, fue un hecho.

   Curiosamente, mientras el Imperio Romano se desmadejaba y caía en picado, el cristianismo erupcionaba con un gran poder social y económico; pero estos ya no eran los cristianos primitivos, los que estaban dispuestos a ser martirizados por sus convicciones, eran una religión con sus doctrinas, su jerarquía, su legislación y hasta sus herejías. En 325, presidido por Constantino, se celebró el Concilio de Nicea; en él quedó patente la, también, división de la Iglesia: Católicos en Occidente y Arrianos en Oriente. Aunque fueron cinco las principales sedes, dos marcaron la ideología de los cristianos: el Obispo de Roma y el Obispo de Constantinopla.

  Roma, que ya no era la capital del Imperio, se convirtió en la capital del catolicismo siguiendo las pautas de los antiguos emperadores: el Obispo de Roma (el Papa) era el Emperador, los cardenales (la Curia) el Senado, los obispos, los presidentes de la diócesis y los vicarios, los gobernadores de las provincias… La filosofía, originalmente cristiana, había desembocado en un dogma: el catolicismo.

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©TruttaFario______El Arenal, X – IX – MMXIII
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http://editorialcirculorojo.com/cronologia-del-imperio-emperadores/

2 comentarios el “El cristianismo.

  1. librosagogo dice:

    Me hubiera gustado tenerte como profesor de historia y no el muermo que tuve que se pasaba la clase leyendo XD!!! Me encanta este blog 😀

    Saludos!!!

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