Tía Celedonia «la Curandera».

written by Azucena Corral Vinuesa

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Azucena Corral Vinuesa

Nada hacía presagiar, ni siquiera el silencio de aquella fría y desapacible noche de invierno de 1853, que aquella criatura recién nacida sería personaje de leyenda de esta noche de verano: calurosa, serena y multitudinaria.

  Ni llanto en el vientre de su madre, ni cruz de Caravaca en el cielo de la boca, ni… ¡nada! Nada hasta ahora había anunciado el don.

  No hay detalles de la primera manifestación perspicua de su gracia. Sí, un extenso repertorio de situaciones que constatan sus poderes para remediar o aliviar las dolencias de las personas; también -dicho sea de paso- lo hacía con los animales: liberaba de rabia a los perros, curaba la calentura a las guarras, estimulaba el apetito…

  En este arte de curar utilizaba yerbas y otros elementos. Elaboraba brebajes, ungüentos, daba friegas, recolocaba, manipulaba y -si era preciso- practicaba escépticos y eficaces rituales. Con esto, comenzamos a alejarnos del ámbito físico, de lo tangible, de lo real, para encontrarnos con el misterio, la magia, lo oculto, porque esta mujer no sólo curaba, también adivinaba, predecía, leía la mente…

  En la tradición oral son muchos y variados los hechos que  dan fe de sus poderes sobrenaturales. Su reconocida fama traspuso estas cumbres y el extenso valle, mereciéndola el honroso título de Curandera.

  Antes de pasar a contaros alguna de sus historias,  os presento los datos biográficos más relevantes:

  Dos siglos atrás, en este pueblo, un 3 de marzo, a las 11 de la noche vio la luz CELEDONIA LABRADO PULIDO, hija legítima de Marta y de Santiago.

  Decían los de antes que una vez vinieron  de muy lejos, unos criados enviados por su amo. Traían el encargo de detallar a tía Curandera, las dolencias de uno de sus hijos para que lo curara. También le entregaron una prenda de la persona enferma, requerimiento habitual de esta sabia mujer.

  Resuelto el caso, la costumbre era de agradecer estos favores con alguna dádiva -porque tía Celedonia nunca puso precio a esto que hacía. Bien podréis suponer -si os remontáis a la época- la naturaleza de estos obsequios: preferentemente productos de la tierra y del sustento; a saber: queso, trigo, aceite, vino… Oportuno es decir, en este momento, que a la susodicha la gustaba el morapio. Y no sólo esto sino que -al parecer- distinguía con maestría unos caldos de otros. Esto explica que en cierta ocasión despachara, a alguno de sus parroquianos, de tan sorprendente manera: “dile de mi parte a tu señor que quien se haya bebido el vino bueno, que sane a su hijo”

  Parece ser que -dicho en términos actuales- “le habían dado el cambiazo”.

  Esto supuso que días después  llamara a su puerta el mismísimo padre, cargando en su propio hombro, el pellejo o pellejos, según la gratitud estimada, del más noble vino del lugar.

  Otra variante es que a mitad del camino, se pararon a “echar un bocao”  y … tentados por los efluvios del Dios Baco, decidieron regar con él sus viandas.

  Como enmienda a la mengua, ¡qué mejor que el agua de aquella fuente!

  Tía Celedonia, nada más catarlo y sin reparo alguno, les hizo saber que el vino estaba bautizado.

  Para unos, esta cualidad de adivinación provendría del mundo esotérico; otros lo justificarían con el simple refrán de “la práctica hace al maestro”.

  Se casó dos veces. La primera a punto de cumplir 21 años, con Antonio Silva González, padre de sus dos hijos, Juana y  Julián.

  En otra ocasión traían para corresponderle dos quesos. No sabemos si acuciados por la necesidad, por la gula o por el sibaritismo, lo cierto es que metieron mano a uno de ellos.

  Después de prestar sus “servicios”, nuestra protagonista, inequívoca, los despidió así: “ donde os habéis comido el otro queso, commeos éste”.

  Quizá en este caso hubieran podido ser los delatores del hecho, una miaja en la pechera, un eructo incontrolado o un furtivo resto en la maltrecha dentadura de alguno de ellos.

  ¿Dónde acaba o dónde empieza la leyenda? ¡A vuestro juicio!

  Cuando enviudó tía Celedonia, se volvió a casar, a los 42 años, con un mozo soltero, de 28 años, Santos Chozas Cano, Tío Arruña. Muchos de vosotros lo habéis conocido. No tuvieron descendencia.

  Según la leyenda, ella misma vaticinó el día de su muerte y algunos detalles, por ejemplo que nadie la acompañaría en su entierro pese al gran bien que había hecho. Cuentan que se la llevó el cólera, motivo por el cual la condujeron al camposanto sin toque de campanas y siguiendo el trayecto más corto y menos frecuentado. (Apuntando.) Fue por esta calleja.

  Otra variante es que murió al caerse por la ventana cuando se asomó a tirar la vacinica.

  Lo que dicen los documentos escritos de la época, Registro Eclesiástico y Registro Civil, es que falleció a las 6 de la mañana, el  4 de noviembre de 1918 (65 años tenía) de una infección gripal, según reza en la certificación facultativa.

   En otra ocasión, caminaba lento y tambaleante un hombre que cargaba a cuestas a otro. Apenas los vislumbró que sentenció: “el que de verdad está malo, es el de abajo”. Una vez más no falló su intuición: a los pocos días, el de abajo, recibía sepultura. Hay quien asegura que eran de La Parra.

Y qué decís de aquella  mujer que, aquejada de no se sabe muy bien qué, vino a buscar a nuestra paisana. Su profecía fue contundente: “en esa calabaza está tu mal; ¡rómpela!”. Así lo hicieron y dentro había un escuerzo.

  No hay tiempo para contar más de estos inauditos episodios y tampoco os quisiera cansar pero… ¡disculpad, no puedo resistir a la tentación de la culebra!

  Era tiempo de siega, de siembra, de recolección y de calores y tía Juana, la madre de tía Andrea la de tío Fabián, padecía porque su niño no prosperaba. ¿O era tía Fernanda?

  Consultada la tía Curandera, ésta aseguró que mientras que el niño dormía acurrucado y plácidamente junto a su madre, una culebra mamaba de sus pechos. Hay quien añade que la sierpe ofrecía la punta de la cola al niño para entretenerlo.

  Como la solución estaba en capturar la bicha, esparcieron ceniza alrededor del lecho. El rastro del reptil probó la conjetura.

  Os preguntaréis: ¿por qué este lugar para esta Noche de leyendas?

  Sencillo, porque tía Celedonia la Curandera, vivió, “ejerció” y murió en este cotano.

  (Indicando.) Desde la casa de Santi y Teo, pasando por la que ahora es de Juli, la que fue de tía Juana la Canela y tío Quico y la siguiente hasta la esquina, más la parte de atrás, todo era de ella (vivienda, casillas, huerto).

  Tío Arruña (recordad que era su segundo marido, 14 años más joven que ella) vivió hasta la década del 50, aquí, (señalando) precisamente aquí, en lo que es la esquina. Viudo ya, se ve que no necesitaba techo tan grande y decidió cambiar la casa a tía Dorotea y tío Demetrio  Frejolebolo, mis abuelos por parte de madre. Así fue como el hogar de nuestra honorable Curandera vino a parar a mi familia. Un detalle más: en el intercambio, recibió además un dinero por ser su vivienda más grande.

  Como curiosidad os diré que la cocina tenía el suelo con las tablas al revés, es decir, con los costanos para arriba. Mi abuelos antes de venirse a vivir aquí, hicieron algunas reformas, no muchas; la primera fue cambiar el sentido del solado, incomprensiblemente del revés.

  De alto talle y fuerte complexión -dicen los más viejos- que era. También dicen honesta, bondadosa, noble, generosa, comprometida, servicial, sabia e incluso santa.

  Ella misma advirtió que su gracia no se quedaría aquí, se iría a Buenos Aires.

  Algo de tía Celedonia, esta excepcional mujer, pervivió aquí, al menos hasta finales del 96 en que se tiró la que fue su casa para hacer la mía. Del derribo se recuperaron adobes, piedras, tejas, maderas, alfarjías, cargaderos, puertas, ganchos… ayer testigos mudos de nuestra benefactora; hoy hablan, en susurros, de aquel pasado.

  ¡Qué mejor homenaje a esta insigne arenala que un silencio –os pediría sepulcral- para escuchar el último relato!

  Un apenado forastero llegó a nuestro pueblo preguntando por la Curandera. Le acompañaba una jovencísima y guapa muchacha.

  Pesaroso y angustiado la confesó el motivo de tan largo viaje: la muerte de su hija era inminente, todos los médicos la habían desahuciado.

  Solemne y precisa habló: “el remedio lo tiene un pájaro”.

  Superado su estupor, escuchó, impertérrito, los detalles del animal (era de pequeño tamaño) y de su localización. Debían traer un ejemplar.

  Ya podéis imaginar la diligencia con que partió aquel padre.

  Llegados a su casa, contaron a la familia y vecinos la sorprendente propuesta. Todo el pueblo se aplicó en esta tarea; sus quintos y los que estaban mozos, los que más.

  Cuando tía Celedonia recibió aquel pajarillo, lo desolló, extrajo el corazón y lo ató a la punta de un cordel y -sugiriendo a la muchacha que abriera bien la boca- se lo introdujo.

  Comenzó este vital órgano una larga y penosa batalla con la resistencia, quejidos, lágrimas, lloros, pataleos… No tardarían en llegar los carraspeos, las bascas, las babas…

  Pero… propulsado por cada golpe de hipo…, dirigido como por una divinidad… y con aquel caudal de paciencia… consiguió ¡a duras penas! llegar a la tripa, latente aún.

“Tranquila, mocita, ya has pasado lo peor” -la dijo- y de inmediato añadió: “ahora hay que sacarlo”.

  Si el descenso había sido intrincado, no prometía menos la vuelta.

  Milímetro a milímetro arrastraba el cordel. El ritmo del ascenso, apenas perceptible, la aliviaba. La esperanza de imaginarlo fuera frenaba cualquier amago de rebeldía. Ahora no podía negarse, debía ponerse todo a favor. La boca se la abría sin apenas control, delicadamente, parecía ajustar su ángulo de apertura al del cordelillo y la intuitiva pinza que formaban sus dedos. No salivaba. Concentrada en el tenue arrastre, acompasaba su respiración y sabía que cada exhalación la acercaba un poco más al final.

¡Por fin!

  Cerró los párpados. La boca entreabierta. ¡Casi en éxtasis!

  De súbito, aspavientos incontrolados la sacaron de aquel estado.

  Abrió los ojos y encontró la mano de su sanadora, sujetando con firmeza y orgullo el cordel. Siguió con la mirada la línea del hilo; allí estaba el corazoncillo y… enganchado a él… ¡EL BICHO!

El Arenal, 22 de agosto de 2017.

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Un comentario el “Tía Celedonia «la Curandera».

  1. M AZUCENA CORRAL VINUESA dice:

    Hasta 1918, mil novecientos dieciocho, vivió tía Celedonia La Curandera .
    Os aclaro que… emocionada con la lectura, bailé las fechas y dije mil novecientos sesenta y ocho.
    Sé que la mayoría os distéis cuenta, sin embargo, nadie me corrigió, seguro que por prudencia. Os aseguro que os lo hubiera agradecido enormemente. Os pido disculpas.
    Y ahora grabar bien las fechas: nació a mediados del siglo XIX y murió a principios del pasado.

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