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La brisa mecía blandamente los plátanos de la avenida que conducía a la Academia, y sentados en uno de los bancos de césped, platicaban dos hombres, un anciano, y un joven que parecía estar pendiente de los labios de aquél.
Sin embargo, no queriendo pasar por adulador ni por sectario, hizo célebre una frase al comentar por qué disentía de ciertas ideas sustentadas por el maestro.
«Soy amigo tuyo Platón y amigo de la verdad -expresa Aristóteles-. Pero como filósofo, doy la preferencia a la segunda.»
No creo que estuviera en esa empresa más de un año o año y medio, fue en la crisis del 82 y cualquier trabajo era bienvenido. Era una compañía un tanto peculiar situada en la zona antigua de Santa Coloma de Gramanet, en una calle corta y en pendiente; en realidad eran los bajos de un habitado edificio. Estaba dividida en dos partes, dos grandes puertas: una de chapa que daba acceso a la factoría y otra, a diez o doce metros, de una gruesa madera de un desfigurado color azul, por la que se entraba a una trapería. Ambas naves, previo tabiques eliminados de manera ilegal, se comunicaban en el fondo por lo que parecía un pasadizo secreto. Los dos locales, y sendos negocios, pertenecían al mismo dueño.
La labor en la industria era bastante amena. Creo que el tiempo que allí estuve lo dediqué, casi exclusivamente, a hacer probetas: unas barritas de diferentes aleaciones metálicas, unas cilíndricas y otras cuadradas, que luego recogía un señor con corbata para llevárselas a un laboratorio, lugar donde las sometían a pruebas de estiramiento, torsión y rotura. Nunca supe el nombre del laboratorio, ni la composición de los materiales, ni la finalidad de los ensayos; la rumorología, entre los colegas, decía que eran combinaciones de distintos metales para hacer estudios destinados al armamento y a centrales nucleares, todo muy secreto.
En los ratos de descanso todos los compañeros, éramos cinco, gustábamos de colarnos por el oscuro pasaje y entrar en la trapería para indagar sobre el desembarco de nuevos cachivaches, utensilios, ropa, libros y revistas. Como buenos seres humanos, después de muchas visitas a la quincallería, teníamos querencia por uno u otro apartado; Alfonso iba derecho a la zona de los cacharros, lámparas, envases…; Joan, este era un caso curioso, enfilaba al sector ropero, pero no por los trapos, coleccionaba botones, todo tipo de botones: grandes, pequeños, de hueso, de madera, de metal, de nácar….todos, una antología singular.
Yo también cotilleaba todo, aunque tenía predilección por la parte dedicada a libros y revistas; la mayoría de las revistas estaban ajadas, y los libros, deteriorados. Un día encontré un ejemplar, un bonito volumen titulado Aristóteles escrito por Poch Noguer y editado por Araluce en 1935, un pequeño libro de 150 páginas con pastas duras litografiadas, ilustraciones a color y letras grandes, un tomo muy bien conservado.
El dueño y empresario era un tipo legal, no era un explotador y cumplía con lo pactado pagando religiosamente a final de mes; pero también era un individuo tacaño, nada era gratis en la trapería ni siquiera para nosotros. No nos recaudaba en metálico, nos cobraba en tiempo; el compendio de Aristóteles y una decena de tebeos del Capitán Trueno me costó una hora extra: 350 pesetas.
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©TruttaFario______El Arenal, XIV – XII – MMXV
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