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  El contacto con otras civilizaciones es la quimera, desde que el mundo es mundo, de la mayoría de los seres humanos. Relatos, tratados, convenciones, documentales y películas de criaturas de otros lugares del cosmos, han sido, y siguen siendo, motivo de debate tanto entre profanos como entre científicos.

 La posibilidad de encontrar formas de vida fuera de nuestro globo está más que asumido, incluso en el pequeño Sistema Solar; ya nadie duda de la existencia de vida microbiana, bacteriológica o algo más, en alguno de los planetas y satélites que forman la familia del astro Sol. Estructuras de vida más complejas asimismo serán un hecho y, llegado el día, mantener contactos con civilizaciones inteligentes allende las fronteras de nuestra red planetaria, también es más que probable; pero lo que, seguramente, nunca hallaremos serán «homo sapiens», humanos, entes como nosotros, somos una especie única en el Universo, fruto de la casualidad.

Planeta extrasolar orbitando una estrella binaria.

 De las teorías de Charles Darwin, el astrofísico Carl Sagan, el más prestigioso divulgador de temas astronómicos del siglo XX, nos dejó esta frase «… Pero la lección darviniana es clara: no habrá humanos en otros lugares. Solamente aquí. Sólo en este pequeño planeta. Somos no sólo una especie en peligro sino una especie rara…»; y por qué dijo esto?, él que era un defensor a ultranza de la vida alienígena:

 Para que se den las circunstancias vitales de la Tierra en otro planeta tendríamos que encontrar un mundo rigurosamente igual al nuestro: un planeta igual, con un satélite semejante, que orbite una estrella idéntica al Sol; esto, a pesar de que hay millones y millones de galaxias y en la Vía Láctea (nuestra galaxia) hay alrededor de 300 mil millones de estrellas y más de 150 mil millones de planetas, es una misión, prácticamente, imposible. Sería como encontrar dos copos de nieve iguales, cuando está nevando todos parecen equivalentes, pero vistos con un microscopio no se parecen en nada; o tal vez, encontrar dos vehículos iguales, dos árboles iguales o dos humanos iguales; aparentemente, en algún caso, nos podrían parecer idénticos a primera vista, pero sólo a primera vista. Si dos sujetos, u objetos, como por ejemplo un par de perfectas canicas, las consiguiéramos expandir al tamaño de un planeta, nos quedaríamos perplejos al observar que no se parecen en nada y que tendrían más imperfecciones que cualquier planeta del Sistema Solar; o visto al revés, si la Tierra fuera reducida proporcionalmente al tamaño de una guinda, sería más perfecta que la bola de un cojinete.

Alienígena imaginario.

 La fantasía no tiene límites. Nos podemos imaginar extraterrestres de mil y una maneras, pero siempre lo haremos partiendo de las formas de vida que conocemos: humanoides más o menos extraños, feos o guapos, amables u hostiles; pero, quizá nuestra percepción nunca alcance la realidad. Nuestra invención no puede percibir alienígenas inteligentes del tamaño de un rascacielos o de un topo; forasteros que nada tengan que ver con el carbono; «marcianos», que en lugar de oxígeno, respiren metano; civilizaciones acuáticas; seres acostumbrados a una gravedad cinco o diez veces superior a la nuestra…

 En una ocasión, creo recordar, uno de los vástagos de Carl Sagan le preguntó a su padre:
– Qué aspecto tendrán los alienígenas? –
– Si en un pequeño planeta como el nuestro la diversidad va desde una planta hasta un elefante, pasando por un tiburón, por un ser humano, por un buitre,  y todos somos parientes, ¿qué sorpresa nos deparará el cosmos?

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Nota:
He escrito este artículo con base, en una pequeña parte, científica, el resto es fruto de mi imaginación. Cualquier parecido con la realidad sería pura coincidencia.

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©TruttaFario______El Arenal, XIII – III – MMXIV
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