Crónicas de SAMISS COCKER (I)

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Su comportamiento era muy extraño últimamente, no es normal que un cannino, un habitante del planeta Cann, haga este tipo de cosas. Todo comenzó el día en el que  vi cómo se afilaba una uña del pie derecho: ¡qué curioso! – Pensé yo – para que querrá una uña en forma ¿ganzúa? Tal vez, lo haga para cortar el rabo a las lagartijas, su afición favorita. No obstante, estaba yo muy interesado en esa pezuña:   Ven aquí  Samiss – le dije – enséñame esa patita.

   Era una tarde primaveral de Mayo, yo sentado en el jardín y bebiendo un cerveza fresca. Samiss se acercó presto,  sentado sobre sus traseros me miró fijamente ofreciéndome su mano derecha. Cogí su acolchada mano con mi mano y observé detenidamente el trabajo que se había hecho, ¡era sorprendente!, la segunda uña de su pie derecho tenía la forma exacta de un plumín; si un ¡plumín!, los mismos que llevan las estilográficas, mis ojos no daban crédito. Los canninos no hablan, bueno, no hablan como los humanos, parlotean con la mirada. Puso sus ojos color tierra en los míos: Necesito  me hagas un favor,…- hizo una pausa – me gustaría que me regalaras un tintero y unos cuantos papiros.

  Lo primero que hice fue mirar que tipo de cerveza estaba bebiendo, también el cigarro que estaba fumando, por si tenía algo más que tabaco. No podía imaginarlo, mi leal compañero, un cannino de la constelación de Libra me pedía tinta y papel. Ahora entiendo el porqué de esa uña tan plumera, no era para cortar el rabito a los pequeños saurios: ¡quería escribir! No pude menos que sonreír. Al día siguiente pasé por la papelería,  compré un paquete de folios y un tintero Pelikán. Una vez en casa, en una sillita al lado de su cama dejé los artilugios. Di por hecho que él se ocuparía de ponerlos a buen recaudo en algún lugar secreto. Nunca investigué donde escondía sus confidencias, no está bien cotillear las pequeñas intimidades de un amigo, cuando creyera conveniente,  me diría algo.

  Un sábado por la tarde después de un largo paseo, entró corriendo por la puerta del garaje, cosa rara, lo normal era visitar su cazuela con agua y comida. ¡Vaya!, – entendí – Samis quiere enseñarme algo, lo seguí, y con su dedo especial me señaló una rendija situada al lado de un viejo baúl y una estantería con objetos en desuso, con sumo cuidado metí la mano: ahí estaba, una carpeta azul celeste y detrás el tintero,… Medio vacío. Abrí el cartapacio, eché una ojeada. No era la mejor caligrafía, pero no tenía tachaduras ni borrones. Nos subimos los dos, él se fue a comer y yo deje el portafolio en mi mesa, al lado del ordenador. Después de cenar, sentado en mi sillón de oficina, comencé a leer el manuscrito.

 

” Mi nombre es Samis Saal Cocker. Nací el 4 de septiembre de 1998, con 12 días de vida abrí los ojos y vi que no estaba solo, éramos 4 hermanos, dos hembras y dos varones. Mi madre, ahí tumbada ofreciéndonos sus ocho senos, es lo que teníamos que hacer, comer y dormir. Era una elegante Cocker con los ojos oscuros y unas orejas enormes, guapísima. A mi padre no lo he conocido, pero mamá me dijo que también era un Cocker de color canela como ella, valiente y magnífico cazador; aunque nunca lo he visto, estoy orgulloso de él. Cuando pasó un  tiempo, ya no solo comía de su ubre, había un recipiente con agua y comida sólida, eso me gustaba. Como ya me mantenía erguido sobre mis extremidades, correteaba y jugaba con mis hermanos. Un día desperté y vi que faltaba uno, el mayor, yo había nacido el último; mejor – pensé – tocamos a más comida. Al poco tiempo quedé solo  con una hermana, retozaba con ella y siempre que podía le quitaba su parte de comida, creo que desde entonces siempre he estado un poco obeso.

Fue a mediados de octubre, cuando unos humanos se bajaron de una nave de color azul, un Alfa-75, se acercaron a mi recinto, eran tres hermosas terrícolas y un señor con bigote; luego supe que era el capitán de la nave. Ellas me cogieron, una a una, sobre sus regazos y me acariciaban detrás de las orejas, no entendí lo que decían, por el tono supe que era bonito. Mientras ellas platicaban, el terrestre del mostacho le daba unos papeles color verde al vigilante del territorio, mamá me ojeó con ternura. Su mirada era triste y alegre a la vez: triste porque ya nunca más la vería, alegre porque iba a formar parte de una buena tripulación. En cierta ocasión me dijo que el destino de los canninos es estar al servicio de los todopoderosos habitantes del planeta Tierra.

Lo pasé fatal, iba en una caja de cartón en la parte trasera de la nave (coche, dicen ellos), todo me daba vueltas, me hice caca y devolví toda la comida, quería volver con mamá. Pasado un tiempo volví a subir al coche y ya no me mareaba, hasta lo pasaba bien mirando por la ventanilla. El terreno donde vivía con los humanos era espacioso, podía correr, jugar con pelotas y perseguir lagartijas; lo que peor llevaba era subir escaleras, al principio me daban miedo. Un día Miguel (así se llama el humano) enrolló un periódico y me pegó en el hocico, aprendí rápido: hay un lugar para comer y beber, otro para hacer las necesidades. “Obedece, asimila y se cariñoso, – me dijo mi madre – es lo que les gusta a los bípedos”.  Así, sin darme cuenta pasé los primeros meses de vida: el pelo brillante y unas orejas grandotas.

Era muy feliz en mi nuevo mundo, pero también tuve algunos disgustos. Un día encontré un hueso enorme, me lo quitaron de la boca, en defensa de mi propiedad lancé una dentellada, vi la cara de horror del amo y como corría a buscar el dichoso “diario”; pero eso no fue lo que más me dolió. El castigo más grande que se puede hacer a un amigo es la indiferencia. Dejó de hablarme, de lanzarme la pelota, ni siquiera me miraba. Cuando oía el ruido de su nave de dos ruedas (moto) iba corriendo a recibirlo, mirada tierna y mucho meneo de rabo, todo era inútil. Perseverancia, al final me perdonaría. Isa, la mamá adoptiva, habló con él: “ya es largo el escarmiento – dijo – perdónalo, lo está pasando mal”. Él sonrió, cogió una pelota verde y nos fuimos al jardín, creo que ese fue el día más feliz de mi vida. Nunca más he vuelto a morder a un humano, si me siento amenazado, gruño.

Una vez montamos todos en el coche y marchamos a un territorio lejano, al PUEBLO. Allí conocí muchas personas, todos me hacían carantoñas y me daban golosinas. ¡Qué suerte!, un día me llevaron a un sitio donde conocí otro canino, Robi. No sé a qué tribu pertenecía, era bueno y muy listo, compartía la comida y corríamos por su enorme huerto. Hace ya un tiempo que  no está, ahora hay otro, uno grande de la tribu de los labradores, es un juguetón. TIF dice que es un “maluto”, yo creo que no. Homer es un joven travieso, fuerte y vigoroso, cuando se haga mayor seguro que les pide tinta y papel. Alguna tarde he ido con “mamá” donde reparten las chuches y me he encontrado con Peny, una caniche negra como el carbón. Es inquieta y nerviosa, simpática. YS la riñe cariñosamente, los caniches son así, activos y alegres. Acerca del pueblo tengo muchas anécdotas, otro día escribiré.

Ya pronto cumpliré  años,  14 del planeta Cann, para un terrícola son 85. No distingo los colores como antes y lo que es peor, he perdido mucha audición, bueno, el olfato sigue siendo mi fuerte. Hace un tiempo tuve una infección en la oreja, perdí un trozo. El pasado año mí columna me jugó una mala pasada, creí quedarme inválido, Isa me curó con muchas inyecciones. Yo no tengo conciencia como los homo sapiens, pero sé que el final no puede estar muy lejano. Ahora no me apetece tanto pasear y con tanto tiempo igual algún día escribo mis aventuras. He viajado mucho y he conocido especies de otras Galaxias, gatos, hurones, chinchillas, nunca tuve guerras con nadie. ¡Es curioso!, los que tienen problemas entre ellos son los humanos,  ¡con lo inteligentes que son!”.

 

  Después de leer el pergamino, recogí todo minuciosamente y lo guardé en el lugar “secreto” por si a  Samiss le apetecía seguir escribiendo. Cuando fui a la cama ya era tarde, dormí como un lirón. Por la mañana, aún soñoliento me di la vuelta y ahí estaba, un hocico y detrás unos ojos marrones: “Venga amigo, hace un día estupendo, vamos a dar un paseo antes que haga más calor”

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 ©TruttaFario __ COMPLVTVM,  XV – VI – MMXI  (para Isa, Fany, Ali)

7 comentarios el “Crónicas de SAMISS COCKER (I)

  1. Mayte dice:

    Qué linda historia!!! Me ha emocionado . Gracias por compartir esos preciosos momentos, aunque a veces eres un poco » maluto».

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  2. Yoly dice:

    No te puedes ni imaginar lo que me ha emocionado, te estas superando como escritor llegando al corazón de los que te leemos.

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  3. mariposa dice:

    Me ha gustado mucho, espero que la historia continúe.

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  4. Esperanza dice:

    QUE BONITA HISTORIA !! Y QUE SUERTE HA TENIDO SAMIS

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  5. Fany dice:

    Vaya historia la del astronauta Samis! Me encanta!

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